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martes, 13 de febrero de 2007

La soberanía del consumidor: I

En el mercado, el único soberano es el consumidor puesto que él determina, por medio de su compra o su abstención de compra, la calidad y cantidad de bienes y servicios que el empresario debe producir. Un ecuatoriano cuando realiza el acto de elegir algún producto de una percha de un supermercado, de una farmacia, juguetería o asiste a un restaurante o a un cine está ejerciendo plenamente su poder como único soberano en el mercado. Es decir, que el producto o servicio elegido le representa alguna utilidad (empaque llamativo, buen sabor, precios bajos, promoción, ofertas, lugar aseado, buen servicio, etc.) la cual es mayor con respecto al otro bien sustituto o complementario que se encontraba cerca en el momento de su elección. Nosotros, los consumidores, cada día decidimos el crecimiento o decrecimiento de un negocio, microempresa, empresa o industria mediante la búsqueda de la satisfacción de nuestras necesidades. Estas decisiones se llevarán a cabo mediante el acto de elegir las múltiples opciones existentes dentro del mercado. Si la elección del consumidor fue mala, el único juez será el mercado ya que, el consumidor y el empresario deberán asumir un costo. Para el primero, usar un bien que le represente una menor utilidad por no haberse informado totalmente sobre el producto adquirido y para el segundo, la disminución de la imagen y las ventas debido al efecto multiplicador de la información negativa proporcionada al resto del mercado por el consumidor afectado. Es decir, que la esencia de la actividad empresarial es la asunción del riesgo. La elección del consumidor es esencial para el funcionamiento de una economía ya que la elección es fundamental para la naturaleza moral del ser humano. Pero, ¿Cuál es el sistema económico que aumenta la gama de bienes, servicios y empleos en una sociedad cuando se deja que libremente el consumidor elija entre varias opciones? La respuesta es: El capitalismo competitivo. La participación de un tercero, por amistad o intereses creados, en la relación consumidor-empresario generará consecuencias graves en una economía. Imaginemos por un momento que un empresario que produce camisetas rojas inevitablemente tiene que quebrar porque sus ventas han disminuido en un 90% y para evitarlo le solicita ayuda al Estado a través de un algún representante gubernamental. El Estado inicia la protección mediante un subsidio justificado en base a que dicha quiebra aumentará el desempleo (parece lógica y solidaria la intervención) e implicará para el productor la pérdida de su capital invertido. Si el subsidio es financiado con un incremento de un impuesto, el contribuyente perderá lo mismo que gane el productor de las camisetas rojas y los demás productores perderán igual cantidad. El consumidor tendrá menos dinero, producto del aumento del impuesto, para comprar otros bienes, por lo cual la producción total se restringirá favoreciendo la expansión de la industria de las camisetas rojas. ¿Cuál es el efecto de esta falsa solidaridad? La respuesta es una sociedad más pobre so pretexto de proteger a los ineficientes. En las economías latinoamericanas y sobre todo la ecuatoriana es muy común que los gobiernos implementen políticas mercantilistas otorgando privilegios o prebendas a ciertos empresarios, banqueros o industriales y ejecuten políticas socialistas para lograr resultados “justos” y “dignos” sin darse cuenta (o estando conscientes de aquello) que las mismas vuelven más pobres a los consumidores y a la sociedad en su conjunto.

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